La tenue luz del amanecer aún se aferraba a la ventana del pequeño apartamento de Kang Ji-woo, proyectando sombras melancólicas sobre su escritorio. Una hoja de papel, impecablemente blanca, yacía frente a ella: su carta de renuncia. Las palabras, concisas y profesionales, estaban ya escritas, pero su mano temblaba ligeramente, incapaz de firmar. El dolor sordo en su pecho era un presagio, una advertencia de que el día traería más que solo una despedida. Había pasado la noche en vela, el agotamiento físico y emocional compitiendo por consumirla. El acoso, las miradas, los susurros, los mensajes de odio en línea… todo se había acumulado hasta un punto de quiebre. Había decidido irse, no solo para escapar de la tortura, sino para proteger a Jae-hyun, para que el escándalo que la rodeaba no siguiera manchando su nombre y el de Haneul. Creía, con una ingenuidad dolorosa, que al desaparecer, al convertirse en un mero fantasma, podría aliviar su carga. Encendió el pequeño televisor de su sa
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