Lee Jae-hyun no había permitido que la euforia de Seo-yeon ni las felicitaciones forzadas de su equipo lo tocaran. La conferencia de prensa había terminado, pero el eco de sus propias palabras –“rumores sin fundamento”, “distorsión maliciosa”– resonaba en su cabeza, un martillo golpeando su conciencia. Había negado a Ji-woo ante el mundo, la había borrado, y la amarga victoria no sabía a nada. El anillo de Seo-yeon en su dedo era un grillete. Regresó a su oficina en un estado de semi-shock, el cuerpo entumecido, la mente en una vorágine. Necesitaba un momento de silencio, un respiro de la farsa. Fue entonces cuando su asistente, con el rostro pálido y una expresión de cautela, se acercó. “CEO Lee,” dijo, su voz apenas un susurro. “La señorita Kang… ha presentado su renuncia.” Las palabras fueron un golpe físico. Jae-hyun sintió como si el aire fuera succionado de la habitación. “¿Qué?” Su voz era un gruñido. “Sí, señor. Hace solo unos minutos. Y… dejó esto para usted.” El asistente le