Zoe se quedó inmóvil por un segundo, como si el cerebro se le hubiera desconectado. Luego se apartó de golpe, torpe, tropezando con sus propias palabras:—Yo… tengo que ir al cuarto un momentito… ¡Espérame aquí! —dijo, con las mejillas encendidas, acomodándose el vestido arrugado y caminando apurada hacia la cocina.Arthur frunció el ceño, divertido por la confusión de ella.—El cuarto no es por ahí, Zoe —señaló, sonriendo.Ella se detuvo a mitad del camino, hizo un gesto vago con la mano, como diciendo “ya lo sé, solo estoy perdida”, y dio media vuelta para entrar al pasillo. Cuando cerró la puerta del dormitorio detrás de sí, apoyó la espalda en ella y llevó una mano al pecho, intentando controlar el corazón desbocado.—Tranquila, Zoe… respira… son solo las hormonas —murmuró para sí misma, negando con la cabeza—. Solo las hormonas, ¿verdad? Solo las hormonas queriendo bailar reguetón con él un viernes por la noche...Soltó un suspiro entre risas, una mezcla de nervios y ternura, ant
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