El sol caía sin piedad sobre la finca.A lo lejos, parecía una propiedad campestre cualquiera: jardines cuidados, fachada de tejas y ladrillo limpio.Pero Valentina sabía que ese lugar guardaba secretos que podían incendiar un país.Bajó del auto con gafas oscuras, una carpeta de documentos bajo el brazo, y el rostro de una abogada suiza que fingía estar aburrida de tanto lujo.Tomás iba detrás, interpretando al inversor europeo con acento falso y una sonrisa desinteresada.—Señores, bienvenidos —dijo el intermediario, un hombre de unos cincuenta años, delgado, vestido con lino claro—. Esta propiedad pertenece a una sociedad que la remató hace unos años. Nadie ha vivido aquí desde entonces.—Perfecto —dijo Valentina, sin romper personaje—. Solo necesitamos recorrer los espacios claves. Seguridad, almacenamiento, accesos.—Por supuesto. Síganme.Entraron por la puerta principal.El olor a madera vieja mezclado con desinfectante era lo primero que golpeaba.No había polvo.Alguien había
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