Los días siguientes fueron una batalla interna que Valentina no supo cómo librar. Se había prometido no dejar que Sebastián entrara en su cabeza, pero su imagen la perseguía incluso en los sueños. Sus palabras, su mirada… ese maldito silencio cómodo que él manejaba como un arma.Intentó concentrarse en la investigación. Volvió a repasar los documentos, los nombres, los movimientos de dinero, pero todo le parecía difuso. Como si la cena hubiera puesto un velo sobre su juicio. Se odiaba por ello. Por permitirle entrar, por sentirse vulnerable, por no haberlo controlado.Tomás lo notó. Aunque no dijo nada, la observaba con una mezcla de distancia, preocupación y sospecha. Ella apenas hablaba, se encerraba en su habitación, fingía llamadas y anotaba cosas en un cuaderno que no compartía. Entre ellos se instaló una frialdad que no necesitó palabras. Era como si el puente entre ellos se estuviera desmoronando, viga por viga.Una tarde, mientras fingía revisar estados financieros, su atenció
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