La mañana fue distinta. No porque el sol brillara más —no lo hacía—, ni porque los correos dejaran de llegar —seguían llegando, cancelando, cerrando, negando—, sino porque Valentina se levantó con la decisión firme de dejar de reaccionar y comenzar a actuar.Tomás ya estaba revisando papeles en la mesa improvisada del comedor. Su laptop abierta, el café frío, la misma expresión de concentración cansada que llevaba desde hacía días.—Tenemos que empezar por lo que ya sabemos —dijo Valentina mientras ataba su cabello en un moño alto—. No todo el mundo que trabaja con Montenegro está con él por lealtad. Algunos lo hacen por miedo. Otros por dinero. Y algunos... quizás por falta de alternativas.Tomás alzó la vista.—Y nosotros vamos a darles una alternativa.Ella asintió.—Exacto.Comenzaron a trazar una lista. Nombres que habían aparecido una y otra vez en contratos, invitaciones, registros de empresas fantasma. No eran criminales visibles, sino peones del sistema: contadores, abogados,
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