La mansión Rossi se alzaba silenciosa cuando el Cadillac CT4 negro cruzó la reja automática, cuando el reloj del tablero marcaba las ocho y quince.Alma bajó del auto con el pulso desbocado, como si cada latido estuviera intentando escapar de su pecho, como si su cuerpo supiera que estaba a punto de atravesar una línea sin retorno.Margot se quedó en el asiento del conductor, observándola con una mezcla de respeto, contención y un temor silencioso.—¿Necesitas que me quede? —preguntó mirándola desde la ventana, su voz apenas un susurro cómplice que no rompía el silencio del patio.Alma negó suavemente, intentando sonreír, aunque la comisura de sus labios apenas se alzó.—Gracias. Quiero hacerlo sola —dijo, sabiendo que lo que estaba por enfrentar exigía más que valor.Se inclinó, besó la mejilla de su amiga con un gesto cálido y rápido, luego se irguió. Ajustó el blazer sobre sus hombros, un gesto mecánico para sostener el coraje, para esconder el temblor que le recorría la espalda co
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