Amelie MansonDespués de la visita de Armando, mi mente era un caos. Tenía que comprobar primero si lo que decía era cierto, y así lo hice. Pero incluso si no mentía, eso no borraba el daño que me había hecho como hombre, como esposo. No pensaba ceder ante sus sucias pretensiones. Que hubiese saldado la deuda de mi padre no lo convertía en un redentor, simplemente estaba devolviendo el favor que un día recibió.Decidida, antes de ir a la oficina, me quité el anillo del dedo, preparé una pequeña maleta y bajé las escaleras de la mansión. El señor Feldman ya estaba en el recibidor, listo como cada mañana. Al ver mi maleta, frunció el ceño, claramente desconcertado.—¿Qué llevas ahí, cariño? —preguntó con voz pausada.—Señor Feldman, lamento mucho lo que tengo que decirle, pero me voy de esta casa —dije con firmeza.Él se apoyó con fuerza en su bastón, instantáneamente conmocionado, y negó con la cabeza.—¿Cómo que te vas? ¿A dónde irías? Esta es tu casa.—No sé si lo sepa, pero la deuda
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