51. EL DESCONOCIDO COMPLACIENTE
Me precipité hacia el televisor, pulsando frenéticamente el botón de retroceso, repitiendo la escena una y otra vez en un bucle de incredulidad y desesperación. ¡Era ella, mi Celia! Corría, el terror pintado en su rostro, perseguida por unos hombres que, para mi alivio, eran interceptados por los conductores y peatones.La multitud, armada con cámaras y teléfonos, se convertía en su escudo improvisado, capturando el caos en fotos y vídeos, proporcionándole a Celia la distracción necesaria para desvanecerse en la nada. Analicé con ojos de halcón a los tipos y su vehículo. No, no eran de los Garibaldi; de eso estaba seguro. ¿Pero entonces quiénes eran?Un golpeteo insistente en la puerta cortó mi análisis. Al abrir, me encontré con Dante, con su cabeza envuelta en vendajes.—Tenemos que movernos ya —urgió con una v
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