Rael sostenía entre sus dedos temblorosos ese pequeño frasco, como si en él guardara la última esperanza o la peor condena.La luz tenue del aposento iluminaba el cristal con un brillo extraño, casi mágico.Sus ojos se clavaban en la sustancia invisible que contenía, y la duda le carcomía el alma.—¿Cómo sabes que este veneno funcionará, Bernard? —preguntó con voz áspera, cargada de incredulidad y miedo—. ¿Cómo lo creaste? ¿Quién te enseñó semejante oscuridad?Bernard alzó una sonrisa torcida, esa que nunca inspiraba confianza, sino más bien un frío escalofrío.—Aprendí mucho de mi antigua esposa, una bruja poderosa —respondió con calma, como si aquello fuera lo más natural del mundo—. ¿Lo recuerdas? Nunca he tenido el valor de usarlo en nadie, pero ahora... si esto funciona, lo sabrás pronto. Y será con Yago, —dijo con una mirada llena de malicia—. Lo harás morir, al menos su lobo interior, Rael. Debemos acabar con él cuanto antes. Porque cuando tengamos a la loba dorada, nuestra Lun
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