Los lobos Darkness la observaron con una mezcla de horror y desconcierto.
Esla se alzó, majestuosa, con el pelaje resplandeciente, como si la luz de la mismísima Luna la envolviera. Sus ojos irradiaban poder y furia.
Los Darkness intentaron rodearla, intimidarla, doblegarla.
Pero ella rugió.
Un solo rugido.
Y con él, les quebró el alma.
El sonido era como una maldición arrastrada desde las entrañas de su linaje olvidado.
Los Darkness retrocedieron, algunos cayeron de rodillas, aullando, encogidos por un dolor inexplicable, un miedo que les sacudió hasta los huesos.
Entonces, el eco de unas pisadas se impuso sobre el caos.
Severon llegó, no solo, con el ejército Rosso y Golden.
Cruzó el campo de batalla como un rayo de oscuridad noble, y se colocó frente a su Loba Dorada.
Su mirada era una promesa: nadie la tocaría mientras él respirara.
Rugió.
Fue un rugido tan imponente, tan colmado de rabia contenida, que hasta la misma tierra pareció estremecerse.
El aire se quebró con su grito, y