Capítulo 40. La Mentira que se Hizo Real.
El grito de Elliot resonó en la noche. El chófer, que había estado esperando en el auto, corrió hacia ellos. La imagen de Maya desplomada en el sofá, pálida y sin vida, lo hizo entrar en pánico. Entre los dos, la levantaron con cuidado y la metieron en el auto.—¡Corre! ¡A la clínica más cercana! —gritó Elliot, su voz era un alarido de angustia.El chófer, un hombre profesional y callado, no dijo una palabra. Simplemente aceleró, y el auto se perdió en la noche de Los Ángeles, rompiendo el silencio con el rugido de su motor.En la clínica, el caos era abrumador. Una enfermera y un médico la llevaron de inmediato a una sala de emergencias, mientras Elliot, con el corazón en la garganta, intentaba dar la información de la paciente.Su mente estaba en blanco. No podía pensar en contratos, ni en su padre, ni en su carrera. Solo en Maya.Se sentó en una silla de la sala de espera, con la cabeza entre las manos. Las luces fluorescentes del techo se sentían como si lo estuvieran quemando.La
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