Rubí apretó los puños. Sus cejas se fruncieron con determinación cuando replicó con voz firme:—Señor Maxwell, puede hacer un testamento si quiere, dejar claro que Dylan heredará el negocio familiar. Pero lo que ocurra con mi hijo, lo decido yo.En cuanto a Dylan —añadió con serenidad—, lo amo y lo cuidaré como si fuera mío. Mi hijo aún no ha nacido, ni siquiera sé si será niño o niña. Pensar en herencias y poder ahora es absurdo. Además, en este mundo no manda el apellido, sino la capacidad. Nadie puede asegurar qué sucederá en el futuro.Por primera vez, la voz de Rubí sonó tan fría y autoritaria que incluso Dereck se vio obligado a mirarla con desconcierto.Era la primera vez que le hablaban así en su propia casa.Marcus, sin embargo, no pareció sorprendido. Al contrario, la miró con gratitud. Su voz, cuando habló, fue firme y clara:—Este es mi hijo, y también el primero. No esperaba, padre, que fueras capaz de decir algo así.Dereck lo fulminó con la mirada, su furia contenida al
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