Un mostrador de recepción de ébano y cromo dominaba el centro, y detrás de él, una mujer de unos treinta y tantos años, con un impecable traje gris perla y el cabello rubio ceniza recogido en un moño bajo, levantó la vista al verla. Sus ojos, de un glacial azul claro, escanearon a Clara de arriba abajo, sin una pizca de calidez, solo profesionalidad. Una mirada que ella conocía bien, la de la evaluación silenciosa.—Buenos días —dijo Clara, sintiendo que su voz sonaba demasiado suave.—Buenos días —respondió la mujer, sin un atisbo de sonrisa, su voz tan pulcra como su peinado — ¿Tenía cita?—Sí, Clara Romero. Para la entrevista de asistente personal con el señor Soler.La mujer consultó una pantalla con movimientos ágiles de sus dedos, el tecleo seco resonando en el silencio impoluto. —Ah, sí. La señorita Romero. Pase, por favor. Es el octavo piso. Doña Elena Prieto la espera.Clara asintió, agradecida por el nombre de la secretaria de Marcos. Al menos ya tenía un personaje nuevo qu
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