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La resaca de la gala no era solo física por el champán, sino también emocional. Clara se despertó con la imagen de los ojos de Marcos Soler grabada a fuego en su mente. Había algo en su mirada que la había perturbado y fascinado a partes iguales. "El Tirano", lo había apodado mentalmente, y el nombre le encajaba a la perfección con la frialdad que irradiaba.

 

 

El lunes por la mañana, su teléfono sonó con la insistencia de Sofía.

 

 "Clara, ¿estás libre para comer? Tengo algo importante que contarte."

 

 

Clara aceptó a regañadientes. Sabía que "algo importante" con Sofía siempre significaba un nuevo desafío, y después de la gala, tenía un mal presentimiento. Se encontraron en un pequeño restaurante cerca de la editorial, discreto y elegante. Sofía llegó con una sonrisa enigmática, lo que solo aumentó la ansiedad de Clara.

 

 

"¿Y bien?", preguntó Clara, apenas había tocado su ensalada. "Suéltalo, Sofía. Te conozco."

 

 

Sofía se inclinó hacia adelante, su voz bajando a un susurro conspirador. "Recuerdas que te hablé de Marcos Soler, ¿verdad? El de la gala."

 

 

Clara sintió un escalofrío. "Sí, lo recuerdo. El 'tiburón'."

 

 

"Pues el tiburón quiere hablar contigo. Quiere que escribas para su editorial. Ha solicitado una reunión."

 

 

Clara parpadeó. "¿Una reunión? ¿Conmigo? Pero si yo ya tengo contrato con vosotros. Y además, ¿por qué querría él a una escritora de romance? No encajo en su perfil de autores de prestigio."

 

 

"Ahí está la clave", dijo Sofía, con una sonrisa triunfante. "No quiere que escribas romance tal y como lo haces ahora. Quiere algo diferente, algo que rompa con tu estilo habitual. Me ha dicho que te ve un potencial inmenso para explorar nuevas facetas. Y quiere que seas su gran apuesta."

 

 

La idea era descabellada, pero la palabra "apuesta" resonó en su mente. Era la oportunidad que había estado buscando para salir de su estancamiento. Pero la idea de trabajar con "El Tirano" era casi tan aterradora como emocionante. La imagen de sus ojos fríos la recorrió de nuevo.

 

 

"¿Y qué hay de mi contrato con vosotros?", preguntó Clara, mirando a Sofía con preocupación.

 

 

"He estado negociando. Sería una coedición. Tú seguirías siendo nuestra autora, pero esta novela en particular saldría bajo el sello de Editorial Soler, con un porcentaje de beneficios para nosotros, por supuesto. Y para ti... un adelanto que te dejaría boquiabierta."

 

 

El adelanto era importante, pero lo que realmente la tentaba era el desafío. La idea de demostrarle a Marcos Soler, y a sí misma, que podía ir más allá de su zona de confort.

 

 

"¿Y si no funciona?", preguntó, la duda asomando en su voz.

 

 

"No lo hará si no lo intentas", respondió Sofía con firmeza. "Clara, esta es tu oportunidad de reinventarte. De demostrar que eres una escritora versátil, no solo la 'reina del romance'. Y si este hombre, con su visión tan particular, te ha elegido a ti, es por algo."

 

 

Clara lo pensó. El bloqueo creativo la estaba matando. La presión de su editorial actual para seguir produciendo lo mismo la asfixiaba.

 

 

Y la propuesta de Marcos Soler, por muy ruda que fuera, ofrecía una vía de escape, una nueva dirección. Era un salto al vacío, pero quizás era justo lo que necesitaba para volver a volar.

 

 

"¿Cuándo quiere verme?", preguntó Clara, sintiendo una mezcla de nerviosismo y una extraña excitación.

 

 

"Mañana por la mañana. En su oficina. A las diez." Sofía le entregó una tarjeta con la dirección. "Y Clara... sé tú misma. Pero también sé firme. Marcos Soler respeta la fuerza."

 

 

Al día siguiente, Clara se encontró frente al imponente edificio de Editorial Soler, un rascacielos de cristal y acero que se alzaba sobre el Paseo de la Castellana. El vestíbulo era minimalista y frío, con obras de arte abstractas y una recepción que parecía sacada de una película de ciencia ficción.

 

 

Una secretaria, con un moño impecable y una sonrisa profesional, la condujo a la oficina de Marcos Soler. La oficina era tan imponente como el hombre: paredes de cristal con vistas panorámicas de Madrid, una mesa de reuniones de mármol negro y una biblioteca que abarcaba toda una pared, repleta de volúmenes encuadernados en cuero.

 

Marcos Soler estaba de pie junto a la ventana, dándole la espalda. Vestía un traje oscuro que acentuaba su figura atlética, y su cabello, ligeramente revuelto, le daba un aire de desaliño calculado. Se giró cuando Clara entró, y sus ojos, los mismos ojos penetrantes de la gala, la fijaron. No había calidez, solo una evaluación fría y directa.

 

 

"Señorita Romero", dijo su voz, grave y sin inflexiones. "Gracias por venir."

 

 

"Señor Soler", respondió Clara, intentando sonar tan profesional como él.

 

 

Él le hizo un gesto para que se sentara en una de las sillas de cuero frente a su escritorio. Él se sentó al otro lado, observándola con una intensidad que la hizo sentir desnuda. La atmósfera era tensa, cargada de una expectación silenciosa. Clara sintió una punzada de antipatía, una confirmación de su apodo mental. Este hombre era un desafío, una fortaleza inexpugnable. Y el encuentro apenas había comenzado.

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