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La frustración de Clara después de su encuentro con Marcos Soler era un nudo apretado en su estómago. El hombre era un muro, un enigma, y su hermetismo era exasperante. ¿Cómo se suponía que iba a escribir una novela sobre él si él mismo se negaba a abrirse? Decidió que la única manera de avanzar era pasar más tiempo en la editorial, observándolo, intentando captar pequeños detalles, gestos, reacciones que pudieran revelar algo de su verdadera personalidad.

 

A partir de esa semana, Clara se instaló en una pequeña oficina que le habían asignado en la Editorial Soler. Era un espacio funcional, con una mesa, un ordenador y una ventana que daba a un patio interior.

 

Estaba a unos pocos pasillos de la oficina de Marcos, lo suficientemente cerca como para sentir su presencia, pero lo suficientemente lejos como para no estar bajo su constante vigilancia.

 

 

Los primeros días fueron una tortura. Marcos era, en efecto, "El Tirano". Su presencia en la editorial era omnipresente y su exigencia, implacable. Cada mañana, Clara lo veía llegar, impecable, con una expresión seria que rara vez se suavizaba.

 

Sus reuniones eran maratónicas, sus órdenes, directas y sin rodeos. Los empleados, aunque eficientes, parecían moverse con una cautela reverencial a su alrededor.

 

 

Clara, con su espíritu libre y su naturaleza creativa, chocaba constantemente con su metodología. Ella era de las que trabajaba por impulsos, por inspiración. Él, de las que seguía un plan, un cronograma, una estrategia.

 

 

Un día, Clara estaba absorta en la lectura de unos antiguos informes de ventas, intentando encontrar patrones o hitos que pudieran ser relevantes para la historia. Había dejado su taza de café, ya fría, peligrosamente cerca del teclado. Marcos Soler apareció en el umbral de su oficina sin previo aviso, una sombra imponente.

 

 

"Señorita Romero", su voz era un trueno. "Veo que está... cómoda." Su mirada se detuvo en la taza de café. "Aquí tenemos una política de orden y limpieza. Los líquidos lejos de los equipos electrónicos."

 

 

Clara se sobresaltó, derramando un poco de café en el proceso. "¡Lo siento! Estaba concentrada y..."

 

 

"La concentración no excusa la negligencia", la interrumpió, su tono gélido. "Un derrame de café podría arruinar el equipo y retrasar su trabajo. Y el mío."

 

 

Clara sintió la sangre subir a sus mejillas. "¿Y cree que no soy consciente de la importancia de mi trabajo? Estoy intentando desentrañar la historia de un hombre que se niega a darme las herramientas para hacerlo."

 

 

Marcos la miró con una ceja arqueada. "Su frustración no es mi problema, señorita Romero. Mi problema es la eficiencia. Y el orden. Le sugiero que se adapte a las normas de esta editorial."

 

 

Otro día, Clara estaba trabajando en su portátil, intentando dar forma a un personaje masculino inspirado en la frialdad de Marcos. Había dejado un cuaderno abierto sobre la mesa, lleno de garabatos y notas desordenadas. Marcos, que pasaba por el pasillo, se detuvo y miró por encima de su hombro.

 

 

"¿Qué es eso?", preguntó, su voz cargada de una curiosidad que Clara no había escuchado antes.

 

 

Clara cerró el cuaderno de golpe, sintiendo una punzada de pánico. Eran sus "observaciones" sobre él, sus impresiones, sus apodos internos. "Nada. Son solo notas personales."

 

 

"¿Notas personales que tienen que ver con su trabajo para mí?", inquirió, su mirada fija en el cuaderno.

 

 

"Forma parte de mi proceso creativo", respondió Clara, intentando sonar evasiva.

 

 

Marcos se acercó un paso, su presencia imponente llenando el pequeño espacio. "Mi proceso creativo es directo y eficiente. El suyo parece... caótico."

 

 

"Mi caos es mi método", replicó Clara, sintiendo que la paciencia se le agotaba. "Y si quiere una novela que no sea un manual de instrucciones, tendrá que aceptar que mi mente no funciona como un algoritmo."

 

 

Marcos la miró fijamente, y por un momento, Clara pensó que iba a estallar. Pero en lugar de eso, soltó un suspiro, casi un bufido. "Mientras su 'caos' produzca resultados, señorita Romero. Pero no espere que lo entienda." Se dio la vuelta y se marchó, dejando a Clara con el corazón latiéndole con fuerza.

 

 

Las discusiones se volvieron algo habitual. Marcos era un perfeccionista obsesivo. Cada vez que Clara le presentaba un avance, él lo analizaba con una lupa, señalando cada pequeña imperfección, cada frase que no le parecía lo suficientemente "impactante" o "realista".

 

 

"Esta escena", dijo un día, señalando un párrafo donde Clara había intentado infundir algo de romanticismo al personaje masculino. "Es demasiado... etérea. Necesita más tierra. Más dolor. Este hombre no suspira por la luna, señorita Romero. Sufre en silencio."

 

 

"Pero la novela es de romance", protestó Clara. "Necesita un equilibrio."

 

 

"El equilibrio se encuentra en la verdad, no en la fantasía. Si quiere que la gente crea en este amor, tiene que creer en el dolor que lo precede." Su voz era implacable.

 

 

Clara sentía que estaba en una batalla constante, no solo contra el bloqueo, sino contra la visión rígida de Marcos. Él la empujaba a los límites, la obligaba a explorar facetas de la escritura que nunca había tocado.

 

Y aunque lo odiaba en el momento, una parte de ella sabía que lo necesitaba. Sus críticas, por muy duras que fueran, eran precisas. La obligaban a mejorar, a ir más allá.

 

 

Una tarde, mientras Clara intentaba descifrar un complejo organigrama de la editorial, Marcos entró en su oficina. No venía a criticar, sino a entregarle un nuevo documento.

 

 

"Aquí tiene. Son los informes de la fusión con Editorial Vega. Fue un proceso complicado. Quizás encuentre algo de interés." Su tono era neutral, casi profesional.

 

 

Clara tomó los papeles. "Gracias."

 

 

Marcos se detuvo en la puerta, mirándola. "Señorita Romero, no le estoy pidiendo que sea yo. Le estoy pidiendo que encuentre la historia. Y a veces, las historias más poderosas se esconden en los lugares más oscuros."

 

 

Luego se marchó, dejándola sola con sus pensamientos. La frase resonó en su mente. "Las historias más poderosas se esconden en los lugares más oscuros."

 

 

Quizás Marcos Soler no era solo un tirano. Quizás era un guía, un faro en la oscuridad que ella, como escritora, necesitaba explorar. El choque de titanes continuaría, pero Clara empezaba a ver que, en medio del conflicto, también había una extraña forma de colaboración.

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