Damián, con un incómodo carraspeo, se giró hacia Clara.
-Lo siento, señorita. Ha sido un comentario desafortunado.
Clara, aún sorprendida por la reacción de Marcos, asintió brevemente. -Aceptadas.
Marcos no dijo nada más. Solo miró a Damián con una intensidad que lo hizo retroceder. Luego, se giró y entró en su despacho, la puerta cerrándose con un seco clic.
Clara se quedó de pie, aún procesando lo que había pasado. Marcos Soler, el hombre de hielo, la había defendido. Había actuado con una protección inesperada, casi feroz. Una chispa, algo más que respeto, encendió su interior. Él no solo la veía como una asistente eficiente; la veía como alguien a quien proteger.
Esa noche, mientras Marcos y ella se quedaban trabajando hasta tarde -otra rutina que se había establecido, él inmerso en su despacho, ella organizando y preparando informes -, Clara decidió que no podía seguir viéndolo solo como "material" para su novela.
La línea entre la ficción y la realidad se estaba volviendo peli