La Gran Vía de Madrid, iluminada por los neones de los teatros y las luces de los escaparates, parecía más vibrante que nunca. Dentro del opulento salón del Círculo de Bellas Artes, donde se celebraba la gala anual de la Asociación de Editores, el brillo era aún más intenso. Cientos de luces de araña de cristal proyectaban destellos sobre los trajes de noche y los vestidos de alta costura, creando un espectáculo deslumbrante. Clara, sin embargo, se sentía como un pez fuera del agua.
Había elegido un vestido sencillo, de seda azul noche, que contrastaba con los volantes y los brillos que la rodeaban. Su cabello castaño, normalmente suelto, estaba recogido en un moño elegante, y apenas llevaba maquillaje. Quería pasar desapercibida, ser una observadora, no el centro de atención. Pero su fama la precedía. Cada pocos pasos, alguien la detenía para felicitarla por su última novela, para preguntarle cuándo saldría la siguiente, o para intentar sonsacarle algún secreto sobre su proceso creativo. Ella sonreía, agradecía, y se disculpaba, intentando avanzar entre la multitud. "Clara, querida, ¡qué alegría verte!" Era la voz de una conocida crítica literaria, con un peinado que desafiaba la gravedad y una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Clara le devolvió el saludo con una cortesía forzada. Las conversaciones en estas galas eran una danza de cumplidos superficiales y puñaladas por la espalda disfrazadas de consejos. "Tu última novela, tan... dulce. ¿No crees que es hora de explorar temas más... profundos?" La crítica sonrió, como si acabara de desvelar un gran misterio. Clara asintió, sintiendo el aguijón. Sofía tenía razón. Necesitaba un cambio. Se escabulló hacia una esquina menos concurrida, junto a una ventana que ofrecía una vista privilegiada de la ciudad nocturna. El aire fresco de la calle, filtrándose por una rendija, era un alivio bienvenido. Observó a la gente, intentando encontrar inspiración en sus gestos, en sus conversaciones fragmentadas. Pero todo le parecía artificial, una gran obra de teatro donde cada uno interpretaba su papel a la perfección. Allí estaban los editores, con sus sonrisas forzadas y sus miradas calculadoras, siempre buscando la próxima gran venta. Los autores, algunos eufóricos por el éxito, otros con la mirada perdida de quien espera su momento de gloria. Los críticos, con sus aires de superioridad intelectual, juzgando cada palabra, cada gesto. Y ella, Clara Romero, la reina del romance, se sentía una impostora en ese circo de la literatura. Un camarero se acercó y le ofreció una copa de champán. Aceptó, agradecida. El burbujeo del vino en su garganta le dio un poco de valor. Se preguntó si Sofía ya habría llegado. La había visto brevemente al entrar, pero se había perdido en la marea de gente. Mientras sorbía su champán, sus ojos se posaron en un grupo de hombres de negocios, vestidos con trajes impecables, que se reían ruidosamente cerca de la entrada. Uno de ellos, el más alto y con una presencia imponente, destacaba del resto. Su cabello oscuro, casi negro, caía ligeramente sobre su frente, y sus ojos, incluso desde la distancia, parecían penetrantes. No sonreía como los demás; su expresión era más bien de una seriedad casi pétrea, solo rota por una leve curva en la comisura de sus labios cuando uno de sus acompañantes le susurraba algo. Había algo en él que la atrajo, una especie de aura de poder y misterio que contrastaba con la ligereza del ambiente. No era guapo de una manera convencional, pero su rostro, anguloso y marcado, tenía una intensidad que la intrigó. Era el tipo de hombre que no se mezclaba, sino que dominaba el espacio a su alrededor. "¿Buscando inspiración, Clara?" La voz de Sofía la sobresaltó. Su editora apareció a su lado, con una sonrisa radiante y un vestido rojo que la hacía destacar entre la multitud. "Algo así", respondió Clara, sin apartar la vista del hombre. "¿Quién es ese?" Sofía siguió su mirada. "Ah, ese es Marcos Soler. El CEO de Editorial Soler. Un tiburón, te lo aseguro. Heredó el imperio de su padre y lo ha expandido de forma brutal. No se anda con chiquitas. Un tipo duro, sin sentimentalismos." Clara sintió una punzada de curiosidad. Un tiburón. Sin sentimentalismos. Eso sonaba exactamente a lo que Sofía le había sugerido. Un personaje con aristas. "¿Y qué hace aquí?", preguntó Clara, aunque la pregunta era retórica. Era una gala de editores, claro que estaría allí. "Haciendo negocios, como siempre. Dicen que está buscando nuevos talentos, pero es tan hermético que nadie sabe qué trama. Es un enigma, Clara. Un hombre de pocas palabras, pero cuando habla, todo el mundo escucha." Mientras Sofía hablaba, Marcos Soler levantó la vista y sus ojos se encontraron con los de Clara. Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Sus ojos, de un color indefinible, entre el gris y el verde oscuro, la perforaron con una intensidad que la hizo sentir expuesta. No había cordialidad en su mirada, sino una evaluación fría, casi desafiante. Clara sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la temperatura de la sala. Era una mezcla de incomodidad y una extraña fascinación. Él no sonrió, ni asintió. Simplemente la miró, y luego, con un movimiento apenas perceptible, desvió la vista, volviendo a su conversación. El breve encuentro dejó a Clara con una sensación de haber sido analizada y descartada en cuestión de segundos. "Vaya", murmuró Clara, sintiendo un leve rubor en sus mejillas. "Pues sí que es un tipo duro." Sofía se rió. "Te lo dije. Pero, ¿a que tiene su encanto? Un encanto... peligroso." Clara no estaba segura de si era encanto lo que había sentido. Más bien, una especie de advertencia. Una señal de que aquel hombre era un territorio inexplorado y potencialmente hostil. Pero, de repente, la idea de escribir sobre un "CEO despiadado" no parecía tan descabellada. De hecho, la intriga había comenzado. La gala, que antes le parecía un suplicio, ahora tenía un nuevo y enigmático foco. Quizás la inspiración no estaba tan lejos como creía. Quizás la oscuridad que buscaba Sofía se encontraba en los ojos de Marcos Soler.