—Ya estoy mejor, me gustaría volver al trabajo.Emilia habló durante el desayuno. Después de una guerra fría que se prolongó por dos días, con pequeñas amnistías en las noches, debido a la negativa de Alexander de que no durmiesen solos; la pelinegra comprendió que si seguía allí se iba a volver loca.Tras el asaltó sufrido y el rescate por parte de Sidorov, ella había analizado mucho —tal vez demasiado— toda la situación. Una parte de sí misma consideraba que todo lo hecho por el rubio tenía sentido, los seres humanos son el producto de un conjunto de experiencias, fracasos y éxitos, errores y aciertos. No lo culpaba, de hecho, sentía una profunda admiración por Alexander, pues en perspectiva, considerando sus circunstancias, hubiese terminado siendo peor que el mismo Viktor Serkin.Sin embargo, una parte intrínseca de Emilia chocaba con los valores algo retorcidos de él. Tenía razón, el maldito ruso tenía la razón, era una chiquilla ingenua que aún esperaba la justicia que el mundo 
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