El timbre del teléfono me arranca de un sueño pesado. La voz de mi madre, cálida y aliviada, resuena al otro lado de la línea. —¡Gracias, mija! El dinero llegó justo a tiempo. Me quedo paralizada, los dedos aferrados al teléfono. —¿Qué dinero? —pregunto, aunque ya lo sé. Ya lo sospecho. —La transferencia que mandaste anoche. —dice su voz dulce.Cuelgo con promesas de visitarla pronto y me quedo sentada en la cama, la respiración entrecortada. Solo hay una persona que sabía la cantidad exacta, que conocía la urgencia. Andrea, y Andrea significa Jesús. Un golpe en la puerta me saca de mis pensamientos. Al abrir, encuentro a Diego, sonriente como siempre, con dos tazas de café. —Te vi pasar una mala noche —dice—. Pensé que podrías usar un buen desayuno antes de trabajar. Acepto tomando una de las tazas, aunque mi mente está a kilómetros de distancia. En el café, mientras Diego habla de sus planes para abrir un nuevo proyecto en Puebla, yo solo puedo pensar en la transferen
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