La mansión respiraba a medias: se oía la radio baja en el salón, la máquina de café gorgoteando en la cocina, pasos que subían y bajaban como si nadie hubiera dormido. Nehir apareció en la cocina con el abrigo puesto aún, los ojos enrojecidos, las manos frías. Mirza ya estaba ahí, con dos tazas en la mesa, una luz tenue sobre sus hombros. Halil y Zeynep se movían en la sala contigua; Ayla permanecía sentada en el sofá, las manos cruzadas sobre una manta.—No me lo vas a creer —dijo Nehir sin sentarse—, me llegó un video anoche. Otra cosa. Esta vez una cinta antigua con mi voz… no, con tu voz, Mirza. Negociando. “Coberturas”, “pagos”, lo de siempre.Mirza dejó la taza, la miró con calma que no era indiferencia, era estrategia.—¿Te la enseñaron?—No en vivo —contestó ella—. Primero la publicaron en un canal y después me llamaron. “Escúchalo”, me dijeron. Pensé que era el final. Pensé que todo lo que hemos logrado se iba a diluir en basura.Mirza se acercó y apoyó la palma de la mano en
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