Salí de la cafetería con la sensación de estar flotando entre dos mundos: el que dejaba atrás al cruzar la puerta y el que me esperaba afuera, en la acera, con el viento de la mañana pegándome al abrigo. “Isabela ”, así me había presentado, y ya notaba cómo ese nombre me moldeaba, me empujaba a caminar con confianza, a esconder mis miedos detrás de una máscara que debía parecer natural. Pero al mismo tiempo, sentía la ausencia de alguien: él, Sebastián, mi socio, mi cómplice, mi ancla. Él no estaba allí. Y la distancia entre nosotros empezaba a tener forma.Caminé varios pasos sin rumbo fijo, ajustando la bufanda, observando escaparates y gente vestida como si el mundo siguiera su curso normal. Pero para mí nada era normal. Cada silbido de neumático, cada faro lejano, cada mirada curiosa era un recordatorio de que estaba en modo de supervivencia. Y en esa supervivencia decidí detenerme frente a un pequeño parque, justo a un banco bajo un árbol desnudo de hojas, símbolo de un invierno
Leer más