En el ascensor del hotel, la cámara de seguridad me observaba con su lente ciego. Sabía que, si *ellos* querían, podrían acceder a la grabación y verme entrar. Pero fingí normalidad.Dentro de la habitación, revisé el perímetro. Cables, marcos, salidas. Todo limpio. Hasta que vi la esquina inferior del espejo del baño: un punto negro apenas visible. Un micrófono.“Así que ya sabían dónde buscarme”, murmuré.Lo desactivé con un golpe seco. Después, encendí la computadora vieja que usaba solo para comunicaciones encriptadas y abrí el canal secundario: una conexión aislada que solo Isabella y yo conocíamos. No había mensajes nuevos, pero el suyo seguía allí, el último, con una línea corta que ella había enviado semanas atrás:> *¿Alguna vez pensaste en quedarte?*No había respondido. No porque no quisiera, sino porque quedarse era morir. Ella lo entendía, aunque doliera.Y sin embargo, leer esas palabras me hizo sentir que el mundo volvía a pesarme.Cerré el portátil y apoyé la cabeza co
Leer más