—Leo, de verdad lo siento. No sé por qué las cosas terminaron así. Cuando te vi irte, me preocupé mucho. No debí…Viendo que Rubén estaba escuchando todo, Leo se sintió avergonzado y bajó la voz.—Ya, no te culpo. Fui yo quien entró sin tocar, fue mi error. Ahora, ¿puedes irte?—Ya que estoy aquí, ¿no me invitas ni un vaso de agua? —preguntó Alfredo con un tono casi lastimero.—No tengo agua. Se me acabó hace días, sobrevivo a base de saliva.—Pues veo que el señor Alarcón tiene un café—señaló él, y Leo sintió ganas de morderle la mano.—¡Ay, ya, pasa! Pero te advierto, no digas ni una sola palabra fuera de lugar. Rubén no está de buen humor hoy, así que más te vale no decir nada que me ponga a mí de mal humor también —le advirtió con frialdad.—Claro, no diré nada. Solo tomaré un café.—Señor Alarcón, qué sorpresa verlo —dijo Alfredo al entrar.—Igualmente, señor Prado. No esperaba encontrarlo. Seguro vino para ver a Leo por algo importante, así que yo me retiro para que puedan habla
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