La noche había caído como un velo sobre los bosques helados. Eira caminaba sola entre la niebla, siguiendo un rastro que sólo ella parecía percibir. A su espalda, la comunidad descansaba, pero en su pecho, la inquietud no le permitía cerrar los ojos. Desde la última reunión del Consejo, las miradas habían cambiado. Algunos miembros, sobre todo los más antiguos, comenzaban a verla no solo como una líder potencial… sino como un símbolo. Pero no todos los símbolos son aceptados fácilmente. Y menos si su origen está vinculado a una maldición. El aire estaba frío, húmedo, y cada paso sobre la nieve crujía como un eco de su pasado. Aidan la había visto partir, pero no la detuvo. Él sabía cuándo no debía intervenir, aunque su mirada la siguiera incluso en la oscuridad. Eira se detuvo frente al viejo altar de piedra que descansaba en un claro. Allí, según las crónicas orales de los ancestros, se habían hecho pactos con los espíritus antiguos, aquellos que gobernaban el destino de los clane
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