Elira despertó empapada en sudor. Las sábanas estaban revueltas a su alrededor, y su respiración era irregular, como si hubiese corrido kilómetros sin detenerse. En su pecho, el peso de un sueño que no podía recordar del todo la oprimía. Sabía que había estado allí... otra vez. Ese lugar blanco, sin cielo, sin suelo, solo voces, llanto y la silueta difusa de un niño.Giró su rostro hacia la cuna improvisada a un lado de la cama. Kaelen dormía profundamente, aunque su frente estaba levemente fruncida, como si incluso en sus sueños combatiera algo.—Mi amor… —murmuró Elira, acariciando con suavidad sus rizos oscuros. Era un bebé perfecto en apariencia, pero había momentos, instantes fugaces, en los que sus ojos se volvían demasiado profundos. Como si en su interior habitaran siglos de sabiduría y pena.Kael apareció en el umbral con el torso desnudo y una herida vendada en su hombro izquierdo. Sus ojos verdes brillaban con inquietud.—¿Tuviste otro sueño? —preguntó, acercándose.Elira a
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