El timbre suena a media tarde, rompiendo el silencio que se había instalado en el departamento. Ethan, con una taza de café a medio terminar en la mano, va a abrir sin pensar demasiado. Al otro lado de la puerta, el rostro que lo espera le corta el aliento.
—Margaret.
La mujer se presenta impecable como siempre, con un abrigo de lana gris perla y un gesto que no logra disfrazar del todo su desdén. A su lado, una mujer más joven sostiene una carpeta con papeles y una expresión neutral, profesional.
—Buenas tardes, Ethan —dice Margaret con una sonrisa sin calidez—. Esta es la trabajadora social asignada al caso. Pasamos a hacer una visita de rutina.
—¿Sin avisar?
—Está dentro de sus atribuciones —interviene la trabajadora social con tono firme—. ¿Podemos pasar?
Ethan se aparta sin responder. Ava está sentada en la alfombra, dibujando con crayones. Cuando ve a Margaret, frunce el ceño, pero su gesto se transforma cuando ve a Ethan.
—¿Vas a leerme el cuento ahora?
La pregunta, tan simple,