Raíces rotas

El sonido constante de un monitor cardíaco rompe el silencio del hospital.

Ethan permanece inmóvil junto a la ventana, con los brazos cruzados y el corazón hecho un nudo. Afuera, el día comienza a clarear, pero para él no hay sol ni luz. Solo hay una mujer inconsciente detrás de una puerta blanca… y una niña dormida en el sillón, con el rostro apoyado sobre un oso de peluche remendado.

Ava.

Su hija.

Todavía le cuesta pensar esa palabra sin sentir que se le corta la respiración. Hace cuestión de horas ni siquiera sabía que era padre y ahora carga con la responsabilidad de cuidar a una niña de cinco años.

No ha dormido. No puede. Cada vez que cierra los ojos, ve la imagen de Clara empapada bajo la lluvia, temblando, rogándole con los ojos que leyera ese sobre. Ve también sus propias manos, frías, firmes, negándose a invitarla a entrar.

¿Y si hubiera insistido? ¿Y si la hubiera obligado a quedarse?

—Idiota… —murmura, apretando los dientes.

Gira hacia la cama donde Clara yace, inmóvil, como si no perteneciera a este mundo. Su rostro está cubierto de hematomas, hay una gasa en su frente, y su cuerpo parece demasiado frágil para ser el mismo que hace unas horas le sostuvo la mirada.

Y sin embargo, incluso ahora, tiene esa expresión de fuerza que él recuerda.

—¿Por qué no me lo dijiste? —susurra, acercándose—. ¿Por qué sola?

El monitor responde con su pitido rítmico. El mismo que no deja de recordarle que ella todavía está aquí… pero cada segundo más lejos.

Ava se remueve en el sillón. Sus ojos color miel se abren lentamente, y lo primero que ve es a Ethan. Por un momento, duda. Luego abraza con fuerza su oso y se incorpora con torpeza.

—¿Dónde está mi mami?

Ethan se arrodilla frente a ella, tragando el nudo en su garganta. No sabe qué decir. No sabe cómo se habla con una niña de cinco años. No sabe cómo se habla con su hija.

—Está dormida, princesa. Está luchando por despertar.

Ava asiente, bajando la mirada. No llora. No grita. Solo acaricia la oreja del oso con los dedos, como si ese gesto la mantuviera firme. Y eso… eso lo parte en dos.

—¿Me puedo quedar con ella? —pregunta.

Ethan asiente de inmediato.

—Claro. No te dejaré sola.

Ava le sonríe con timidez, y esa sonrisa —tan idéntica a la de Clara— le atraviesa el pecho como un cuchillo caliente.

Más tarde, una doctora entra. Es joven, pero firme, con la mirada acostumbrada a dar malas noticias.

—Señor Knight —dice en tono serio—. ¿Podemos hablar en privado?

Ethan no quiere dejar sola a Ava, pero la niña se ha quedado dormida otra vez, envuelta en su mantita. Se incorpora y sigue a la doctora hasta un rincón del pasillo.

—Clara tiene un traumatismo craneal severo, múltiples fracturas y una contusión pulmonar. Está estable… pero no sabemos cuánto tiempo permanecerá en coma. Ni si despertará.

Ethan siente que el mundo se inclina.

—¿Qué necesita? —pregunta con voz ronca—. ¿Dinero? ¿Un traslado? Dígame y lo haré.

La doctora lo mira con un deje de compasión.

—Ahora mismo necesita tiempo. Pero hay algo más… —hace una pausa incómoda—. La niña. La menor llegó sin documentación. Y usted… ¿es el padre legal?

Ethan parpadea, descolocado.

—Soy su padre biológico. Me acabo de enterar.

—Entonces necesito que lo demuestre. En casos como este, si no hay un adulto con patria potestad clara, debemos notificar a servicios sociales. Es el protocolo.

Ethan siente que la sangre le hierve.

—¿Estás diciendo que van a quitarle a mi hija?

—Digo que debe formalizar su custodia cuanto antes —responde la doctora, sin ceder—. O vendrán a evaluar la situación. Esa niña necesita protección legal.

Horas más tarde, en el despacho de un abogado, Ethan se descubre a sí mismo firmando papeles que no entiende del todo, gestionando pruebas de ADN express y solicitando una orden judicial de tutela provisional.

Jamás pensó en ser padre. No lo quiso. Nunca estuvo en sus planes y, sin embargo, en el centro de todo su caos, está ella.

Ava.

Jugando con un clip que encontró en el escritorio, haciéndolo girar como si fuera un carrusel. Con las piernas cruzadas sobre la silla y el cabello alborotado. Tan pequeña. Tan suya.

—¿Quieres algo de comer? —le pregunta Ethan cuando regresan al hospital.

—¿Hay cereal? —responde ella con esperanza.

Él parpadea. ¿Cereal?

—Voy a conseguirlo.

Le pide a su chofer que lo consiga en alguna tienda 24h. Cuando regresa con el paquete, Ava le sonríe como si le hubiera dado el mundo entero.

—Gracias —dice—. Mamá siempre dice que el cereal es comida feliz.

Y entonces, Ethan se derrumba.

Se gira hacia la ventana, apretando los puños, conteniendo las lágrimas que amenazan con salir. No puede dejar que ella lo vea así. Tiene que ser fuerte. Tiene que aprender a ser padre en tiempo récord, mientras la madre de su hija yace entre la vida y la muerte.

Dos días después, cuando regresa de hablar con la trabajadora social, la encuentra sentada en la cama junto a Clara. Está dibujando con lápices que un enfermero le consiguió, y le habla al cuerpo inmóvil de su madre como si pudiera oírla.

—Hoy vi pájaros desde la ventana, mami. Uno era rojo. Dicen que eso da suerte. Pero no sé si es verdad… porque tú no te despiertas.

Ethan se queda en la puerta, sin poder moverse.

Ava continúa:

—Ethan está aquí. No habla mucho, pero me cuida. Me compró cereal. Es bonito. Aunque a veces parece triste. Como tú cuando piensas en cosas viejas.

Su voz se quiebra un poco.

—Despierta, porfa. Te extraño mucho.

Ethan entra en silencio y se sienta a su lado. No dice nada. Solo extiende el brazo y le pasa la mano por la espalda, en un gesto torpe pero lleno de ternura.

Ava no se aparta.

Por primera vez, se recuesta sobre él.

Esa noche, cuando Ava se duerme en la camilla auxiliar, Ethan toma la carta de Clara y la relee por décima vez. Cada palabra pesa más que la anterior. Cada línea le duele en el alma.

“...Nunca pedí nada de ti. Pero ahora, te pido solo esto: protégela.”

—Lo haré —susurra en voz baja—. Te lo juro, Clara. Te juro que cuidaré de ella aunque no sepa cómo demonios hacerlo.

Pero entonces, la puerta se abre.

Una mujer entra. Elegante, dura, con el rostro lleno de rabia contenida.

—¿Tú eres Ethan Knight?

Él se pone de pie, alerta.

—¿Quién es usted?

—Soy Margaret Stone. La madre de Clara.

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