El corazón de Ethan se detiene.
"Soy la madre de Clara." Las palabras se reproducen en su cabeza una y otra y otra vez. Margaret Stone está allí, erguida en el umbral del cuarto del hospital como una sombra del pasado, impecable como siempre, con los labios tensos y los ojos fríos posados en la pequeña figura dormida en la cama. —¿Por qué no estaba aquí antes? —pregunta Ethan con dureza. Margaret no le responde de inmediato. Camina con pasos calculados hasta la cama de Ava, la observa en silencio, y su expresión se suaviza apenas. Pero hay algo más en esa mirada: tristeza y cálculo. —Esa pregunta te la podría hacer yo a ti ¿Clara te contó de ella? —pregunta al fin, sin mirarlo. —No. Me enteré hace tres días. Ella vino a verme. Luego... ocurrió el accidente. Margaret gira la cabeza con lentitud, como si intentara evaluar si él está diciendo la verdad. —No confío en ti, Knight. Nunca confié. Cuando Clara desapareció, supe que algo había pasado. Y ahora, me entero de esto… —sus ojos vuelven a Ava—. Voy a llevar a Ava conmigo. A casa. —No —responde Ethan, tajante, con un tono de voz tan frío que podría cortar la tensión que hay en el ambiente. Margaret alza una ceja. —¿Perdón? —No vas a llevártela. Es mi hija. Clara me pidió que la protegiera. Y eso haré. El silencio se vuelve denso, cargado de juicios antiguos y heridas sin cerrar. Margaret entrecierra los ojos. —¿Y qué vas a hacer, Ethan? ¿Criar a una niña tú solo entre tus empresas, tus negocios y tu falta de empatía? Una niña a la que no conoces de nada. Una niña a la que solo has visto un par de veces y a la que no habías conocido hasta hace unas horas. La pregunta lo golpea, porque aunque no quiere admitirlo, también se la ha hecho a sí mismo. No tiene respuestas claras, no todavía. Pero sí sabe una cosa: no la dejará sola. —Voy a hacer lo que tenga que hacer. Lo que Clara me pidió. Margaret resopla con desdén. —Esto no es un juego de redención, Knight. Es una niña. Con necesidades reales. Rutinas, afecto, estabilidad. Algo que tú no sabes ofrecer. Antes de que pueda replicar, una vocecita se alza desde la cama: —Ethan… Ava se frota los ojos con sus deditos y lo busca con la mirada. Al verlo, sonríe levemente, extendiendo los brazos hacia él. Ethan se agacha, la toma con cuidado y la sienta en su regazo. Ella se acurruca contra su pecho como si fuera su lugar en el mundo. Margaret da un paso hacia ella. —Hola, cielo… Pero Ava se aprieta más contra él, escondiéndose. Ethan baja su cabeza para mirarla y nos de inmediato la expresión de extrañeza que hay dibujada en el rostro de la niña. No le hace falta pensar mucho para darse cuenta de lo que le sucede a la pequeña. —Ella no sabe quién eres —dice Ethan en voz baja, protegiéndola. Margaret lo mira con una mezcla de molestia y pesar. —No porque yo no quisiera. Clara me alejó. Me ocultó esto. Como te lo ocultó a ti. —Y sin embargo, aquí estoy. Cumpliendo una promesa que Clara ni siquiera tuvo tiempo de decir en voz alta. Margaret endereza la espalda, orgullosa hasta el final. —Esto no termina aquí. Clara es mi hija. Y esa niña... también es sangre de mi sangre. Ethan le sostiene la mirada, sin ceder ni un paso. —Entonces compórtese como si de verdad le importaran. Margaret aprieta los labios y sale del cuarto sin despedirse. Las puertas del ascensor se cierran tras ella con un sonido metálico y definitivo. En el silencio que queda, Ava levanta la vista hacia él. —¿Esa señora también me va a cuidar? Ethan la abraza con más fuerza. —No, princesa. Yo estoy aquí. Y no voy a irme. Mira a Clara, dormida, conectada a las máquinas, y se hace una promesa: No fallará. No esta vez. Aunque no sepa cómo hacerlo, aprenderá. Porque ella lo necesita. Y eso, ahora mismo, es todo lo que importa. Ethan sostiene el vaso de café entre las manos, frío ya, olvidado hace rato. Ava duerme en la camilla auxiliar, abrazando a su oso de peluche, y Margaret se ha marchado hace apenas veinte minutos, dejando tras de sí una nube de tensión y sospecha. El celular vibra en su bolsillo. Revisa la pantalla. Es Derek, su abogado de confianza, el mismo que gestionó en tiempo récord la tutela provisional de Ava. Contesta en voz baja, saliendo al pasillo. —Dime. —Ethan —la voz de Derek suena seca, alerta—. Me acaba de llegar una notificación. Margaret Stone ha contactado a una firma legal especializada en derecho familiar. Están preparando un recurso para obtener la custodia de Ava. Ethan se queda en silencio. No siente sorpresa. Solo un frío que le sube por la nuca como una garra. —¿Con qué argumento? —Que tú no estabas al tanto de la existencia de la menor. Que no tienes vínculo afectivo. Y que, por lo tanto, no eres la figura idónea para ejercer la custodia. Ella, como abuela materna, está pidiendo una medida cautelar mientras se determina el entorno más estable para la niña. Ethan cierra los ojos un instante. Se apoya contra la pared, luchando contra el temblor en sus dedos. —¿Puede ganar? Derek duda. —Depende. Si logran pintarte como un padre ausente, emocionalmente inepto, sin experiencia ni conexión real con Ava… podría complicarse. Pero tú tienes la tutela provisional. Tenemos pruebas de tu paternidad, y los registros del hospital, además de testigos que pueden confirmar que has estado con la niña desde el accidente. Ethan pasa una mano por su rostro. —¿Qué tengo que hacer? —Lo primero: no dejarla sola. Ni un segundo. Lo segundo: reunir cualquier evidencia de que Clara te confió el cuidado de Ava. ¿Tienes algo? Ethan piensa en la carta. En esa única línea que lleva días repitiéndosele en la cabeza como un juramento: “Protégela.” —Tengo algo, sí —responde con determinación. —Bien. Y lo tercero —añade Derek—: prepárate para pelear sucio. Margaret no va a detenerse. Y si tiene dinero, influencia o rabia acumulada, puede intentar voltear todo en tu contra. Ethan aprieta la mandíbula. —Que lo intente. No pienso rendirme.