Frederick dormía a mi lado, respirando con esa profundidad serena que solo llega cuando el agotamiento vence hasta al más alerta. Yo, en cambio, estaba despierta, con los nervios de punta, dándole vueltas a la misma idea una y otra vez. El viaje. Una semana entera. Necesitaba decírselo. Pero ¿cómo? Sabía lo que significaría para él. Él siempre ha sido protector y ha procurado mantenerme cerca la mayor cantidad de tiempo posible, pero después de la cesaría, todo se intensificó. Con un suspiro, me giré hacia él. Mi mano comenzó a trazar círculos lentos sobre su abdomen marcado, sintiendo el calor de su piel a través de la fina tela de su camisa. Me acerqué, enterrando mi nariz en su cuello, inhalando su aroma familiar, me encantaba. Mis labios encontraron su clavícula, luego su hombro, mis dedos se deslizaron por su pecho, buscando despertarlo de una manera que sabía que nunca podía resistir. Él se movió, un gruñido bajo escapando de su garganta. Sus brazos, pesados de sueño, me ro
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