La oscuridad no fue silencio.Fue un rugido contenido, como si el internado entero hubiese inhalado y olvidado cómo exhalar.Clara abrió los ojos, pero no veía nada. Ni siquiera sus propias manos. El vacío era tan espeso que parecía tener peso, hundiéndola en un mar sin fondo. Apenas escuchaba el propio corazón golpeándole en los oídos.Luego, un chasquido metálico quebró la negrura. Las luces parpadearon una vez, y en ese destello vio a Isla suspendida todavía en la camilla, los tubos vibrando como si respiraran por ella. Un latido extraño, grave, resonaba en las paredes.–¡Isla! –gritó Clara, pero su voz sonó sofocada, como si las paredes la devoraran.En el segundo parpadeo de las luces, Elías apareció junto a la camilla. No se había movido, y aun así parecía ocupar todo el espacio. Sus ojos, fríos y brillantes, no miraban a nadie en particular, pero todos sintieron que los observaba. El aire se espesó, denso, como si algo invisible presionara sobre los pechos de los presentes.Ale
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