El sol aún no había salido cuando María abrió los ojos.El monitor a su lado pitaba con regularidad. Una enfermera dormitaba en una silla cerca de la puerta. Y Carlo… Carlo estaba allí, como siempre, en su silla de vigía, los codos en las rodillas, las manos cruzadas delante de los labios, observándola con una mezcla brutal de ansiedad y esperanza.Cuando ella parpadeó por segunda vez, él se enderezó como si algo le hubiera atravesado el pecho. Pero no dijo nada.María parpadeó de nuevo. Sus ojos recorrieron lentamente el techo, luego el suero, después las sábanas, y finalmente se detuvieron en él. Su ceño se frunció con extrañeza. Ladeó un poco la cabeza, confundida, e intentó hablar. Solo un sonido áspero, seco, escapó de sus labios agrietados.—¿María?Ella lo miró sin comprender.—¿Quién es… María?Los labios partidos se movieron apenas. La garganta no emitió palabra alguna.Carlo se incorporó, rodeando la cama con pasos lentos. Se agachó junto a ella, cuidando de no rozarle el cu
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