Desperté con los ojos secos. No porque ya no doliera, sino porque el cuerpo, en algún momento, se rinde.El celular vibró sobre la mesa de noche. Pensé —ingenuamente— que podía ser Fabián, arrepentido. Pero no.Era Mathias.Contesté sin fuerzas.—¿Ana? —su voz sonaba suave, como si no quisiera herirme más—. Lo siento por llamarte tan temprano, pero necesitaba aclararte algo.—Dime… —murmuré, sentándome en la cama, con la voz aún dormida de tanto llorar.—Vi lo que salió en los medios esta mañana. Las fotos, las especulaciones, todo eso de que tú y yo... —hizo una pausa, incómodo—. Ana, yo no tengo nada que ver con esa mierda. Ni lo provoqué ni lo busqué.—Lo sé —le dije sin pensarlo. Porque lo creía. Porque, aunque el mundo estuviera cayéndose, Mathias siempre fue transparente conmigo.Suspiró con alivio.—Mis papás… estaban emocionados. Ya sabes cómo son. Gente de sociedad, empresaria, pendiente del qué dirán. Vieron una oportunidad en lo que pasó ayer. Pero yo dejé muy claro que no
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