Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente. Sus manos recorrieron mi espalda, y nuestras bocas se encontraron con una mezcla de furia, amor, frustración y deseo. Me besó como si estuviera reclamando lo que era suyo, como si el mundo entero se viniera abajo si no me tocaba. Lo besé de vuelta porque, maldita sea, también era mía su boca, su cuerpo, su alma podrida.Casi sin darnos cuenta, llegamos hasta mi habitación. Me empujó suavemente sobre la cama y se deshizo de su chaqueta. Yo ya no tenía fuerzas para luchar contra lo que sentía. Me rendí. Me rendí a sus besos, a sus caricias, a su desesperación. Me quitó la ropa con rabia, con prisa, como si el tiempo no alcanzara.Sus labios bajaron por mi cuello, por mi pecho, por mi vientre. Su lengua y sus dedos conocían de memoria cada rincón de mi cuerpo. Y aunque quise resistirme, aunque quise mantenerme firme, su voz ronca al oído destruyó cualquier defensa:—Dime que no me extrañaste... Dime que no te morías por esto.No dije nada. Mis gemi
Leer más