El fin de semana fue un respiro necesario. Playa, sol, amigos y cero drama. Me reí hasta el cansancio, me dejé abrazar por el mar y, por primera vez en mucho tiempo, apagué el celular sin culpa. No quería saber nada de él, de su mundo, ni de su maldita arrogancia. Por una vez, quería ser yo… sin esa sombra que siempre lo traía a todo.El domingo por la noche regresamos a la ciudad. En el camino de vuelta, me sentía ligera, segura… incluso linda. El reflejo del espejo me devolvía una mirada que hacía semanas no veía: firme, clara, en paz.El lunes, me levanté temprano, me arreglé con esmero, eligiendo un conjunto que me hacía sentir poderosa: una falda ajustada a la cintura, una blusa suave que resaltaba mis curvas y unos tacones que me recordaban que podía caminar con fuerza, aunque por dentro aún me temblaran cosas.Llegué a la oficina antes que todos, lista para comenzar. Me senté en mi escritorio, encendí el computador y comencé a revisar correos, organizando pendientes con eficien
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