De la nada, Fabián se detuvo. Me miró con intensidad, con esa mezcla entre furia y deseo que me desarmaba sin aviso. Su boca se apoderó de la mía con rabia, con enojo… con dolor. Y yo, como una maldita tonta, ya estaba rendida a sus pies.
—**¿Estás segura, Ana? ¿De verdad quieres dejar esto?** —susurró contra mi cuello mientras lo llenaba de besos que ardían.
Solo fueron unos toqueteos, unos suspiros a medias, y ya me tenía atrapada otra vez.
**¿Qué putas me pasa? ¿Por qué siempre vuelvo?**
—**Fabián, me haces daño... Me estás lastimando con tus actitudes** —dije, con la voz temblorosa, casi suplicando algo que ya sabía que él no me daría.
Me miró con esos ojos oscuros, cargados de ironía.
—**Cuánto me gustaría creerte...** —espetó con desprecio, como si mis palabras le resbalaran.
Se reincorporó con frialdad, dejándome ahí, encendida por él… y al mismo tiempo, vacía.
Como si pudiera encenderme y apagarme a su antojo.
—**Ana, pasa todas las noches conmigo en la mansión.** —Su tono fue