El techo era diferente. Fue lo primero que Isabella notó al abrir los ojos. No era el mismo techo blanco con molduras elegantes que había contemplado durante días. Este era más bajo, con vigas de madera oscura que cruzaban de lado a lado, creando sombras que bailaban con la tenue luz que se filtraba por una ventana más pequeña.Se incorporó de golpe, desorientada. La habitación entera había cambiado. Ya no estaba en aquel espacio amplio y frío que, pese a su lujo, siempre le había recordado a una jaula dorada. Este lugar era más pequeño, más... íntimo. Las paredes estaban pintadas en un tono terracota cálido, la cama era menos ostentosa pero extrañamente más acogedora, con una colcha tejida a mano en tonos ocres y rojizos. En una esquina, una pequeña chimenea apagada prometía calor en las noches frías.—¿Qué demonios...? —murmuró, pasando los dedos por la textura rugosa de la colcha.Sus pertenencias, las pocas que tenía, habían sido trasladadas con cuidado. Su cepillo, el libro que Le
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