El recuerdo llegó como siempre lo hacía: sin aviso, brutal, arrancándome del presente con la violencia de una bala. Estaba revisando los monitores de seguridad cuando el sonido de la lluvia contra el techo metálico me transportó a esa noche.
Tenía ocho años. La tormenta azotaba las ventanas del orfanato mientras yo me escondía bajo las sábanas raídas, contando los segundos entre relámpagos. Uno, dos, tres... El director entró sin llamar. Su silueta recortada contra la luz del pasillo, el olor a whisky barato y cigarrillos. "León, hay alguien que quiere conocerte."
No era la primera vez que un "benefactor" visitaba el orfanato a horas extrañas. Sabíamos lo que significaba cuando el director sonreía de esa manera. Algunos niños desaparecían después. Otros regresaban con la mirada vacía.
Esa noche conocí al padre de Isabella.
El monitor de seguridad emitió un pitido, devolviéndome al presente. Una figura se acercaba por el camino de entrada. Reconocí su forma de moverse antes de que las