El silencio se había vuelto un huésped pesado en cada rincón de la manada, como una sombra que se arrastraba con frío y dolor. Aiden ya no estaba. La puerta se cerró detrás de él, llevándose consigo algo más que su cuerpo: se llevó la luz de mis días, la música de mis noches, el calor que me mantenía cuerda. Ahora, el aire parecía más denso, y cada suspiro, cada paso, llevaba la marca de su ausencia.Me levanté de la cama con dificultad, sintiendo el vacío que se extendía como un río oscuro dentro de mí. Miré a mi alrededor, cada objeto, cada rincón me recordaba a él, a lo que teníamos, a lo que habíamos sido. La manada susurraba su nombre, como una plegaria o un lamento. Sentía sus miradas sobre mí, mezcladas con la preocupación y el temor, pero no había respuestas. Solo ecos.El recuerdo de sus últimas palabras era una daga clavada en mi pecho.—Si me voy, no vuelvas solo por deber. Vuelve por mí —había dicho Aiden, con esa voz firme pero temblorosa, un susurro que aún resonaba en mi
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