El aire quedó enrarecido tras el cierre de la grieta, como si la pradera misma contuviera el aliento, temerosa de lo que acababa de suceder. Diego permaneció arrodillado, sintiendo un dolor punzante en el pecho, como si una mano invisible apretara su corazón. Sus manos temblaban, aún con la sensación de energía oscura ardiendo bajo la piel.Sasha sujetaba a las niñas con fuerza, la respiración aún agitada. Eugenia no apartaba la vista del suelo, donde las runas parecían palpitar con un latido moribundo.—No me gusta esto —susurró Eugenia—. El sello resistió, pero no es eterno. Algo quedó despierto.Diego asintió, limpiándose el sudor de la frente. Su mirada se perdió en el horizonte, donde la niebla comenzaba a cerrarse otra vez, más densa, más oscura.—Siento que no estamos solos —dijo—. Que algo nos observa. Paciente, esperando su momento.Un crujido quebró el silencio.Todos volvieron la mirada hacia el bosque. Entre los árboles, sombras se movían con una lentitud antinatural, como
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