Gastón no habló más después de aquella noche.
Lo encerraron en la habitación del fondo, la más alejada del resto. No sabían si protegerlo o protegerse de él. Aun así, le dejaban comida y agua.
Pero algo en su mirada ya no era humano.
Esa misma noche, poco después de medianoche, Diego se despertó con un frío seco en el pecho. Una sensación de vacío, como si alguien le hubiese arrancado un trozo del alma mientras dormía.
Corrió a la habitación de Gastón.
Y lo encontró… muerto.
No había sangre. No había pelea. Solo su cuerpo recostado en el suelo, con la boca abierta en un grito eterno y los ojos completamente negros, como pozos sin fondo.
En la pared, escrito con una sustancia oscura, apenas visible por la tenue luz de la lámpara, estaba el mensaje:
"Ya no lo necesitamos."
—¡Papá! —gritó Diego.
Su padre y su tío llegaron armados, pero fue inútil. Las criaturas ya estaban allí.
El "tok... tok... tok..." retumbó en la estructura de la casa. Las puertas comenzaron a as