Capitulo 8

El aire olía distinto esa mañana.

Diego lo notó al salir con sus hijas rumbo al sendero del bosque, como hacían cada domingo desde que se mudaron allí. El cielo estaba despejado, el sol filtraba su calor tímidamente entre las copas de los árboles, y todo parecía en calma.

Pero algo no encajaba.

Había una presión sutil pero constante, una opresión en el ambiente que no se podía ver ni tocar, pero sí sentir. Como si el mundo estuviera conteniendo el aliento.

—¿Vamos hasta la quebrada? —preguntó Emilia, saltando de piedra en piedra con una flor en la mano.

—Sí, pero no se alejen de mí —respondió Diego, acariciándole la cabeza—. Quiero que estén cerca hoy.

—¿Por qué? —inquirió Lara, su tono agudo y curioso.

—No lo sé… solo es una sensación —murmuró Diego, pero en su interior lo sabía muy bien.

No era la primera vez que sentía eso. Lo había sentido antes, muchos años atrás, cuando la niebla se llevó a su primo, cuando el suelo ardió y los sellos antiguos fueron quebrados. Eran cosas de las
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