Pasaron días antes de que encontraran a Diego, medio enterrado entre la tierra quemada, cubierto de ceniza y sangre seca. Estaba deshidratado, febril, pero vivo.
En el hospital, no dijo nada durante tres días.
Hasta que una noche, despertó gritando:
—¡No borren los símbolos! ¡No los borren!
Los médicos creyeron que era delirio. Pero cuando una psicóloga lo entrevistó, Diego habló. Contó todo. Desde la niebla hasta la criatura, desde el símbolo hasta la traición de su primo.
Y lo más importante: lo que el diario de su ancestro Isidro Cladera revelaba.
Los símbolos eran cerraduras antiguas. Sellos puestos por manos humanas hace más de un siglo para mantener en equilibrio la frontera entre el mundo real… y lo que vive en la niebla.
Gastón, al borrar uno, permitió que se filtrara la oscuridad. Pero la explosión no destruyó todo. La piedra que su tío le entregó era una “llave”, un fragmento del sello mayor que seguía intacto… por ahora.
Cuando salió del hospital, Diego no vo