Günter intentó mantener la compostura. Lo vi tragar saliva. Lo vi fingir que no le importaba, que estaba allí solo por educación, por cortesía. Pero su rostro —ese ceño fruncido, esa mandíbula apretada, esa mirada fija en mí y Cassian— lo delataba más de lo que habría querido.
Paula hablaba. Movía las manos, intentaba suavizar el ambiente. Incluso pidió una botella de vino. Pero él no la escuchaba. No una sola palabra.
Yo, en cambio, estaba sentada frente a Cassian, compartiendo la cena que, hasta hacía poco, iba a ser solo mía. Él comía con calma, sin apuro, como quien disfruta no solo del plato, sino de la compañía.
Günter finalmente dejó los cubiertos sobre el plato intacto. Se levantó sin decir nada. Paula lo miró, confundida.
—¿Te vas? —le preguntó.
—Sí —respondió él, con los ojos clavados en mí.
Y se fue. Sin disculparse. Sin mirar atrás. Solo con ese paso tenso que se le marcaba cuando ya no podía sostener más la fachada.
Yo volví la vista a Cassian, que bebía un sorbo de vino,