La cueva del Oráculo surgía ante ellos como una bocanada de sombra en lo alto del promontorio. Tras dos agotadoras jornadas de viaje, el carruaje descansaba abajo, sus ruedas hundidas en la hierba húmeda. Amara y Lykos descendieron ayudados por Arik, mientras Vania permanecía a su lado, observando el entorno con ojos atentos. El aire aquí era más fino, el viento gélido se colaba entre los pliegues de sus capas y arrancaba escalofríos, recordándoles la absoluta soledad de ese lugar sagrado.A la entrada, un arco pétreo cubierto de líquenes y pequeñas estalactitas formaba una boca silenciosa, como el fauces de una bestia dormida. Sobre él, en relieve, los símbolos de la luna creciente, la huella lobuna y el colmillo vampírico se entrelazaban en un diseño ancestral. Cada trazo hablaba de pactos forjados y traiciones olvidadas.—Aquí nos aguarda la verdad —murmuró Amara, conteniendo el temblor de emoción en la voz.Lykos la observó un instante, asintiendo mien
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