Pude sentir en la presencia viva del pequeño animal que estaba en problemas. Pude sentir su rabia, su desesperación. Era una cabrita quisquillosa y malgeniada. Seguramente alguien la había atrapado, y esperé contar con la suficiente suerte como para que, incluso aunque Mordor la tuviera entre sus brazos, no lograra identificar qué era ni que tampoco la matara por error.Ahora, más que nunca, sabía que si algo llegaba a pasarle a Tormenta, eso se vería directamente reflejado en la tormenta eterna. Probablemente desaparecería si lo hiciera la cabra también. Eso era muy malo. Tal vez Mordor no pudiera salir de la grieta, pero si su ejército de criaturas, como él mismo las llamó, podían cruzar el valle, sería una perdición para todos.Necesitaba encontrar sí o sí la forma de salvarla, así tuviera que esperar a que regresaran mis poderes de hielo. Luego me detuve en seco cuando la idea cruzó mi cabeza. Tal vez eso era lo que tenía que hacer.Estefanía, que iba adelante, notó que me detenía
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