Apreté con muchísima fuerza la mano de Donovan entre la mía. Su cuerpo, completamente inmóvil, me indicaba lo que yo ya sabía: estaba muerto. Muerto, así nomás. Mordor lo había matado.Levanté la mirada hacia esa criatura que tenía enfrente, alguna vez llamada mi amiga, la que me había salvado la vida en más de una ocasión, la que yo había tenido que enterrar con mis propias manos entre el hielo después de que hubiese muerto de fiebre, en agonía. Estaba ahí, de pie. Era ella, tal cual: su rostro redondeado, sus ojos rasgados levemente. Pero aunque era ella, era imposible para mí reconocerla como algo familiar, porque había cambiado tanto. Me resultaba incómodo mirarla. Su cuerpo, un poco más tonificado, sus mejillas más rosadas, los leves colmillos que sobresalían por debajo de sus labios… se veía saludable, brillante, distinta. Eso era: se veía distinta.Aparte de la mirada, cuando vi que levantó las manos para hablarme —era la ventaja de que fuera muda; si no la miraba, no podría en
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