Todos os capítulos do DESPUÉS DEL NOSOTROS: CUANDO YA ERA TARDE: Capítulo 11 - Capítulo 20
21 chapters
Versiones de una Mentira
AlonsoMartina llegó puntual. Siempre lo hacía. Como si controlando el tiempo pudiera también reescribir el pasado. Su puntualidad no era cortesía, no conmigo. Era una forma de poder. De dejar claro que estaba ahí porque lo decidía, no por nostalgia ni por culpa.Yo ya la esperaba, en la esquina más discreta del café del hospital. A esa hora no había médicos ni pacientes, solo el rumor lejano de una máquina de espresso y un par de internos arrastrándose como sombras medio dormidas. El escenario perfecto para una conversación que no debía existir. Demasiado temprano para el escándalo. Demasiado tarde para el arrepentimiento.—¿Café? —ofrecí, sin mucha energía.—No vine a tomar café.Se sentó sin quitarse el abrigo. Dejó una carpeta delgada sobre la mesa. Ligera en apariencia, pero yo sentí su peso como el de una bomba dormida. La miré como se mira un cuchillo en la mesa: sabiendo que puede cortar incluso sin moverse.—Dijiste que querías hablar —murmuré.—Intercambio de información, lo
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Verdad entre Líneas
ClaraLlevaba cinco días encerrada con el cuaderno de anotaciones de Leonardo. No hablaba con nadie. Apenas comía. Ese cuaderno —ese maldito cuaderno— se había convertido en una grieta por donde el pasado se colaba sin permiso, sin tacto, sin tregua.Julieta me lo había entregado con una ligereza casi irresponsable, como si solo se tratara de un diario. Pero no lo era. Era una confesión encubierta. Un rompecabezas retorcido. Un archivo de pensamientos íntimos que jamás imaginé que Leonardo pudiera escribir… y mucho menos, que nunca me hubiera dicho en voz alta.¿Julieta sabía lo que hacía? ¿O solo fue una jugada torpe? A estas alturas, ya no estaba tan segura.Desde que abrí la primera página, dejé de dormir como antes. Cada línea parecía arrancada de una versión alterna de nuestro matrimonio. Una en la que él no era el hombre distante y metódico que terminó pidiéndome el divorcio. Sino alguien más humano. Más roto. Más… mío.Las notas se dividían en dos tipos: las que Julieta había t
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La Puerta Entreabierta
—Señorita Viel —me llamó el conserje desde su caseta, alzando un sobre negro entre sus dedos manchados de tinta—. Esto llegó hace un momento. Lo dejó un repartidor.Me detuve de inmediato. El frío del aire se coló por el cuello de mi abrigo, pero no fue por eso que temblé.El sobre no era solo una carta. Era una advertencia disfrazada de cortesía. Una amenaza envuelta en papel fino, oscuro, como si quien lo escribió supiera exactamente a qué rincón de mi mente debía apuntar. El nombre estaba trazado en tinta negra brillante, con una caligrafía tan precisa que parecía una provocación.—¿Dijo quién lo enviaba?—No, solo que era entrega personal. Un chico nuevo, si no me equivoco —respondió el conserje, frunciendo el ceño. Su tono no era de alarma, pero sí de incomodidad. Como si ese sobre también lo inquietara.Asentí en silencio. Tomé el sobre con cuidado, con la misma precaución con la que uno sostiene algo que podría explotar. Lo guardé en mi bolso. No pensaba abrirlo ahí, bajo el sol
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La Segunda Visita
Volver a Calle Lira era distinto esta vez.Ya no llegaba con dudas ni con el temblor de quien busca explicaciones. Esta vez traía certezas. Pruebas. Y un nombre que ya no podía seguir oculto.Julieta abrió la puerta antes de que tocara. Como si ya supiera.—Me llegó esto —dije, tendiéndole el sobre negro. Quemaba solo con sostenerlo.Julieta lo miró brevemente, luego lo tomó con ambas manos. Lo abrió con cuidado, como si el papel pudiera morder. Sacó la hoja y leyó en silencio. Sus ojos se desplazaban con lentitud, como si cada línea le pesara más que la anterior.Al llegar al final, su rostro se endureció. No fue sorpresa. Fue decepción.—Lo escribió él —murmuró—. Sin duda. Esta precisión… estas frases que parecen tus propios pensamientos. No es casual.Me crucé de brazos.—Es Alonso.Julieta asintió, el gesto cargado de amargura.—Sabía que tarde o temprano te llegaría algo así. Él no sabe detenerse. Cree que entrar en la mente de otros es un derecho, no una invasión.—Y lo peor —agr
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El Juego de la Sombra
Seguí a Clara. No fue un impulso. Fue una decisión fría, premeditada, como tantas otras que había tomado sin remordimiento en los últimos meses. La vi salir de mi departamento, aferrada al manuscrito como si fuera un salvavidas, y supe que no podía dejarla sola; no cuando su rostro mostraba esa determinación tensa, esa decisión que amenazaba con escaparse de mis manos.Ella subió a su auto sin dudarlo, encendió el motor y desapareció calle abajo. Yo ya estaba en el mío, esperándola, y cuando la vi alejarse, sentí que todo mi cuerpo se tensaba en una alerta precisa. La seguí con la distancia justa, manteniendo un par de autos entre nosotros, cuidando cada giro, cada semáforo. Mi corazón latía con fuerza, no por miedo a ser descubierto, sino por la ansiedad que crecía como una espina bajo la piel. Sabía que algo se movía, que Clara había empezado a caminar por un terreno que no controlábamos.No tardó en llegar a su destino: el viejo edificio de Calle Lira, el refugio de Julieta. Me
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La Primera Jugada
El aire pesaba de una manera distinta aquella tarde, como si el silencio mismo conspirara contra mí. Cada crujido de la madera, cada zumbido apagado del refrigerador sonaba intencionado. Revisé el celular compulsivamente, una y otra vez, encontrando siempre el mismo vacío: ningún mensaje de Leonardo, ningún aviso de que el mundo seguiría girando. Solo una notificación anónima que me encogió el corazón:"Hoy te vas a enterar de la verdad."Leí esas palabras hasta sentir que se grababan en mi piel. De un movimiento brusco dejé el teléfono sobre la mesa, pero mis ojos no podían desprenderse de él. El miedo vibraba bajo mi piel como una corriente eléctrica desatada, expandiéndose hasta adormecerme los dedos.Me obligué a mantenerme ocupada: abrí la laptop, contesté correos intrascendentes, ordené papeles gastados en carpetas olvidadas. Cada gesto era torpe, mecánico. Cada suspiro una pequeña explosión contenida que no lograba aliviarme.El celular vibró de nuevo. Mi estómago se contra
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Las Sombras entre Nosotros
LeonardoEl murmullo de la lluvia se colaba por las hendijas del ventanal, mezclándose con el tic-tac implacable del reloj de la cocina, mientras frente a mí, Clara hojeaba los papeles con movimientos tensos, casi automáticos, como si cada hoja que tocaba arrancara algo invisible de su piel, algo que yo mismo le había quitado sin siquiera darme cuenta. Desde el momento en que toqué su puerta supe que no venía a recuperar nada, que todo lo que fuimos estaba suspendido de un hilo demasiado delgado para resistirnos. Caminé hasta ella arrastrando semanas de preguntas sin respuesta, de miedo contenido, de certezas que no quería nombrar en voz alta, preguntándome si Clara era la autora del manuscrito que una tarde encontré en mi buzón, sin remitente, como un veneno cuidadosamente depositado. Al principio creí que sí, porque solo ella conocía con esa precisión la culpa que me corroía por dentro, solo ella podía nombrar con tanta brutalidad el vacío que nos habíamos dejado crecer en silencio
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La Interrupción
AlonsoLa ciudad era un hervidero de luces y estridencias esa noche, un caos vibrante que me taladraba los nervios. Desde mi auto, a dos calles del edificio de Clara, sentía el sudor pegándome la camisa a la espalda, pese a que el aire acondicionado rugía al máximo. El teléfono vibró en el asiento del copiloto, y el mensaje del guardia me golpeó como un puñetazo directo al estómago: "Leonardo entró al departamento. Hace diez minutos."Diez minutos. Diez eternos minutos de él con ella, en su espacio, respirando su aire, tal vez tocándola. La imagen se instaló en mi cabeza con la nitidez cruel de una fotografía: Leonardo, con esa maldita seguridad que nunca se permitía dudar, acercándose a Clara, susurrándole algo al oído, robándomela. Mis dedos se cerraron con fuerza sobre el volante hasta que los nudillos crujieron. No podía quedarme quieto mientras él se metía en su vida como si le perteneciera.Ella era mía. Lo había sido desde aquella primera vez en el hospital, con su mezcla de fo
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La Noche del Plan
El motor vibraba suave mientras me alejaba del edificio de Clara. Los faroles de la avenida parpadeaban sobre el parabrisas, pero yo solo pensaba en el sobre marrón que el mensajero acababa de dejar bajo su puerta. Doce minutos. Exactos. Desde que le di la orden a Martina hasta que recibí la confirmación del guardia: “Paquete entregado”.Fotos. Una nota. No es un ataque, es una incisión precisa. El tipo de mensaje que hiere sin necesidad de alzar la voz, que desarma sin tocar. Sé que Leonardo no puede protegerla de esto. Clara abrirá el sobre y, mientras lee, cada palabra, cada imagen, le temblará en las manos. Entenderá que, aunque él esté a su lado, no puede hacer absolutamente nada por ella. Y aunque no me busque de inmediato, sé que lo hará. Tarde o temprano. Especialmente cuando confirme que el hombre en quien confió toda su vida... no es quien decía ser.Y si todo sale como está previsto, el día que por fin abra los ojos, sabrá que me necesita.Aceleré hasta mi departamento. Tod
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Hotel Gran Esmeralda
El salón principal del Hotel Gran Esmeralda brillaba con una opulencia dorada. Bajo candelabros que colgaban como promesas a punto de romperse, las mesas cubiertas de blanco resplandecían con una perfección casi violenta. Un cuarteto de cuerdas llenaba el aire con una melodía suave, pero inquietante, como si intentara contener una tormenta. Camareros impecables flotaban entre vestidos de gala y trajes oscuros; médicos, donantes y políticos se movían con la precisión de actores en una obra que todos fingían disfrutar.Pero la ausencia de Julieta —una de las organizadoras— empezaba a sentirse como una grieta profunda en medio del espectáculo. El murmullo se volvía más espeso con cada minuto:—¿Dónde está Julieta? —La han llamado, pero no responde. —Tiene que hacer las presentaciones…La incertidumbre se filtraba como agua bajo las puertas. Algo no cuadraba.Desde un rincón, Alonso observaba. En una mano, un vaso de whisky; en el bolsillo interior del saco, un frasco pequeño. Entonces
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