Seguí a Clara. No fue un impulso. Fue una decisión fría, premeditada, como tantas otras que había tomado sin remordimiento en los últimos meses. La vi salir de mi departamento, aferrada al manuscrito como si fuera un salvavidas, y supe que no podía dejarla sola; no cuando su rostro mostraba esa determinación tensa, esa decisión que amenazaba con escaparse de mis manos.Ella subió a su auto sin dudarlo, encendió el motor y desapareció calle abajo. Yo ya estaba en el mío, esperándola, y cuando la vi alejarse, sentí que todo mi cuerpo se tensaba en una alerta precisa. La seguí con la distancia justa, manteniendo un par de autos entre nosotros, cuidando cada giro, cada semáforo. Mi corazón latía con fuerza, no por miedo a ser descubierto, sino por la ansiedad que crecía como una espina bajo la piel. Sabía que algo se movía, que Clara había empezado a caminar por un terreno que no controlábamos.No tardó en llegar a su destino: el viejo edificio de Calle Lira, el refugio de Julieta. Me
Ler mais