—¡Eres...! —Maggie muerde su lengua para no decir las groseras palabras ante los niños. —Maggie —Sofía la abraza—. No le prestes atención, te veré luego. En el horno dejé comida para ti —deja de abrazarla. —Está bien —sonríe hipócritamente—. No pasa nada, nos vemos luego, amiga —se despide—. Adiós, pequeños —agrega y mira a Cedric, quien porta una seriedad que pareciera que odiara a todo el mundo. Al salir del apartamento, Maggie maldice seguidamente a Alexander, mientras que Sofía está disgustada, pues Alexander es insoportable y de paso mala sangre. —Cedric, necesito hablar con la señora Minerva —pide Mangano, y Alexander se mete en la conversación. —Eso no será posible —su escolta le abre la puerta del auto, y los niños ingresan. —Estoy hablando con Cedric, no con usted —le rueda los ojos. —El señor Di Napoli tiene razón, señorita Mangano —dijo Cedric, y Alexander sonríe ingresando al auto. —Pero Cedric, no sé qué pasará ahora con la llegada de esa mujer. —Debemos
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