Eliana se encontraba sentada en el sofá del estudio, con la mirada perdida en la ventana. La tarde se deslizaba lentamente entre las sombras de los árboles que danzaban con el viento. Un leve dolor de cabeza la acompañaba desde el amanecer, pero no era físico… era la consecuencia de cargar con tantas emociones acumuladas. Recordar fragmentos sueltos de su vida, dudar de sí misma, sentir enojo, tristeza, y a ratos, una extraña esperanza.El sonido del timbre interrumpió sus pensamientos. José Manuel, que pasaba por el pasillo, fue a abrir la puerta. Un murmullo de voces llegó hasta ella, y unos segundos después, los pasos firmes de tacones resonaron por la casa.—¿Eliana? —dijo una voz familiar desde el umbral del estudio.Ella alzó la vista lentamente y sus ojos se iluminaron al instante.—¡Andrea!La joven asistente dejó su bolso a un lado y corrió hacia ella, abrazándola con ternura, con una mezcla de contención, emoción y alivio.—¡Dios mío, estás aquí, estás bien! —murmuró Andrea,
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